Seguidores

lunes, 14 de febrero de 2011

Tempus fugit... carpe diem.

''¿Y para qué vivir, si vas a morir?'' ''¿Y por qué existimos?'' ''¿Merece la pena el esfuerzo?''
No hay respuestas. No tenemos respuestas. Porque quizás no las hay, quizás porque no las queremos ver; pero a mí, en particular, no me importa. No me importa, ni creo que las haya, pues hay cosas que están compuestas de una determinada forma, y nuestro estúpido cerebro no es capaz de entenderlo. Estamos formados de puras casualidades (afirmo, pese a no tener pruebas, sin miedo, pues nadie tiene hechos que me puedan contrariar. Afirmo, pese a no poder acabar de creerme del todo, pues no tengo hechos que contrasten mis palabras), estamos formados de nada, pues somos simples motas de polvo. Polvo respecto al resto de cosas, que percibimos y que no, que forman el universo que nos rodea. Muchos tienen el convencimiento de que existe alguien que maneja este tablero de ajedrez, y que ese alguien, además, se preocupa por nosotros. No, no señor. Somos demasiado insignificantes, serían demasiadas casualidades. Y como no pueden demostrar, hablan de fé, un motivo que creen muy noble, el cual no es más que pura esperanza, esperanza improbable, pues simplemente es un engaño que se empeñan en creer.
La realidad es un mal que acecha a todo aquel que es suficientemente valiente para atreverse a pensar en ella, aquel que se cree capaz de mirar fuera de este manto de nubes de colores que cubre nuestras mentes (mayor el manto a mayor calidad de vida), una enfermedad que atormenta nuestro alma. No sé si tiene cura, no sé si con otro manto de vanalidad sería suficiente para tapar el agujero. Tampoco sé si poseo un manto como tal sobre mi cabeza o si he podido con todo ello. Lo que sé es que no sirven de nada el pesimismo o el optimisto en cuando a la realidad: la vida es mucho más fría que un punto de vista que nuestro patético cerebro nos pueda proporcionar. Y para muchos, más letal.
Y hablo de aquellos que quieran encontrar la verdad, o que la buscan, no de aquellos que quieran ser felices. Porque a estos últimos, quienes lo desean sin otra condición, les puede bastar creer en algo, creer que la vida no es solo lo que tenemos delante de nuestros ojos (sin valorarla, sin ver en el fondo lo que hay tras de ella) y no pensar. No pensar y vivir. Aumentan las probabilidades de alcanzar lo que se llama una vida feliz, sin problemas que salgan de una vanal conversación con palabras. Y yo, es lo que recomiendo, pero no lo que he elegido, ni lo que creo que vaya a elegir nunca. Pues no quiero ser un autómata programado por las circunstancias. Quiero libertad, mas se aleja si estás encerrado entre el suelo y el cielo. Y me gusta salir de esa jaula.
Y a aquellos que buscan la verdad, les digo, que la respuesta no es tan fácil. Cada uno ha de labrar la suya propia, como en el caso anterior, pero quizás con menor número de patrones. Y para mi gusto, una respuesta exponencialmente más satisfactoria. Me limito a transmitir que cada uno ha de dedicar su vida a aquello por lo que crea que merece la pena vivir, algo por lo que sienta que no pierde el tiempo, y no limitarse a vivir dejándose mecer por el paso del tiempo. Y no confundais esta afirmación con no dudar, pues quien no duda, no aprende. Quien no duda, en muchos casos, no piensa. Y quien no piensa, a mi parecer, no vive. Es lo único que nos diferencia de las máquinas y el resto de seres vivos. La capacidad de razonar.
Y, desde mi dudoso punto de vista, lo mejor que se puede hacer es vivir en un punto medio, a caballo entre ambos extremos, pues ser feliz no está de más.
Es triste poder acabar en el lecho de muerte envidiando la vida de otros, creyendo que nuestro tiempo ha sido perdido. Y por ello, me niego a acabar de ese modo.


Como siempre, insatisfactorio. Consumista de realidad; ¿o de sueños?

Con dedicación especial. Jump!

lunes, 7 de febrero de 2011

...mas temo al pensamiento: desconectar de mis virtudes y acabar cayendo al suelo.

Un torrente de palabras nublan tu cabeza... ni si quiera un diez por ciento puedes plasmar en un papel, pero ¿qué importa? Un sabio no dice todo lo que piensa, pero pienso todo lo que dice... Pero, ¿saben? hoy todo quedará en mi interior. Hoy soy egoísta y mi mundo es mío.

No esperarían menos.