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miércoles, 29 de junio de 2011

La diplomacia cohíbe la verdad del asunto.

-¿Cuidado con el perro? ¡Pero si no tienes perro! ¿Es para asustar a la gente?
-No, para asustarme yo. Para tener cuidado con el perro que hay en mí, el perro que quiere joder todo lo que se mueve y que quiere matar a perros más débiles… Para recordarme que debo ser más humano
-¿Ser perro no es parte de ser humano? ¿Y si eso es lo mejor de ti, tu lado perruno? ¿Y si no eres más que un perro con dos patas?
-A ti tiene que verte un médico.



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Relaciones. Las relaciones existen desde siempre, entre grupos de gente, entre personas, entre animales o cualquier otra clase de ser vivo, y en ellas influye la comunicación como elemento clave. Y si no elegimos bien el modo de usarla, la consecuencia puede llegar ser nefasta. ¿No es todo ello un conjunto de ambigüedades? En ocasiones la comunicación es insuficiente, pues las palabras no son un modo eficaz para transmitir sentimientos, y en otras, pueden ser fácilmente manipulables, y utilizadas con cualquier fin no reconocido al formular nuestro mensaje.
Quienes reciben los mensajes pueden ser demasiado escépticos, o demasiado crédulos; empáticos o indiferentes; sensibles o duros, tranquilos o fáciles de molestar. Así pues, pocos poseen unas características idóneas para trabajar con palabras, y aquí es donde surge la mayor parte de los problemas: hay quien no entiende, quien ni si quiera es capaz de escuchar, o quien escucha a su manera; también hay quien no se sabe expresar, quien usa palabras inadecuadas o quien se expresa con demasiada claridad. Y de este modo entra otra de las múltiples cuestiones que este tema supone. ¿Es malo expresar los sentimientos u opiniones con claridad? O, peor aún… ¿no es cierto que hay numerosas veces en las que, por no herir al resto o no buscarnos problemas, no expresamos de verdad lo que sentimos o pensamos? Es por ello por lo que creo que la mejor forma de definir una relación es clasificarla de difícil, pues a menudo son cuestiones carentes de solución, o de injusta, dependiendo del punto de vista por el que se opte. ¿Qué debemos considerar más importante: lo que queremos expresar, nuestro objetivo, o cómo pueda ser acogida nuestra opinión por parte del resto? Y a algunos les resultará fácil contestar que dependiendo del caso y de tu valoración, has de decantarte por un objetivo, pero ¿qué hacer cuando miles de ojos te observan y esperan ansiosos tu más ínfimo error? Las decisiones no son más que distintos puntos de vista y por ello pueden causar discrepancias, dejando a un lado las dobles intenciones que la mayoría poseemos en gran parte de nuestros modos de actuar. Por no decir en todos, porque ¿quién no ha manipulado sus palabras y ha logrado con ello tratar a las personas como un medio, y no como un fin en sí mismas? ¿quién no ha sido ajeno al sufrimiento por él mismo causado y ha continuado su camino, sin preocuparse por aquello que dejaba atrás? Y no hablo de todo ello como algo malo, ni bueno, sino como actos que todos hemos cometido alguna vez. Y en ellos, encuentro otra duda de un carácter semejante al resto: si nuestra libertad tiene límites, ¿continúa siendo libertad? O, ¿debemos seguir adelante con una causa que defendamos y deseemos plenamente si el bienestar de otra persona se cruza en nuestro camino?
Demasiadas preguntas, muy pocas respuestas y millones de modos de actuar. Y yo, tan perdida.

~Me angustia el cruce de miradas, la doble dirección de las palabras.

lunes, 27 de junio de 2011

GO AWAY.

¿Cuántas veces confundí quien soy con quien soñaba, o con quien solía ser? ¿Alguien me puede decir cuántas veces mentí, o me equivoqué? ¿cuántas acerté o rectifiqué? ¿Las que me oculté del mundo, o las que sepulté mi cobardía bajo una capa de coraje? ¿Las veces que perdoné, las que fui perdonada?


Mil veces me prometí cosas que se me olvidó cumplir, y otras tantas perdí el rumbo tratando de elevarme más y más; cientos de ellas abrí las alas cuanto pude, y no levanté el vuelo tan solo por tenerlo demasiado fácil; otras, por encontrarlo inalcanzable.
Fui capaz de subir al cielo en un segundo, y de saberme marioneta y dueña de mi misma a un tiempo, todo ello sin que me invadiese la menor preocupación; me di la razón cuando ésta se burlaba de mí, y me la negué cuando caminaba de mi lado si huía despavorida de la soledad.
En cientos de ocasiones pude ver con claridad los hechos y en millones me vendé los ojos; cuando innumerables sensaciones me invadieron, montones deseché por pura incomprensión y otras tantas acepté a mi lado por rutina. Confundí metas con futuros, y fui capaz de entender el mayor de los errores; no exigí a nadie entender mi forma de pensar, y tampoco los culpé cuando etiquetaron mis actos como equivocaciones: el ignorante no conoce, y por lo tanto, no posee una opinión válida. Tampoco me importa si lo es, no esperen que la acepte.
Creí comprender cuanto para otros no tuvo explicación, y di sin reparo cuando apenas recibí. He sido capaz de realizar actos de los que tanto tiempo después, no soy capaz de arrepentirme, y me culpé por actuar a mi manera.



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Nuestro futuro es, a menudo, la consecuencia de nuestros actos, pero no por ello se nos puede llamar culpables de su curso. No todo depende de nuestros deseos y a menudo no encontramos el modo de cambiar nuestro fluir. ¿Quién pudo ser consciente de su mayor ruina o fortuna, de su desgracia y caída? Que nuestras decisiones influyan en nuestro futuro no quiere decir que le afecte directamente, sin poder volverse en nuestra contra en el momento inesperado, ni si quiera quiere decir que nos pertenezca. O, ¿es que todo suceso tiene, por consecuencia, un culpable? Siempre hay un promotor, un motivo, pero no siempre hay un culpable, no confundamos términos. Y no con ello me refiero al curso de la naturaleza, o a los átomos de las estrellas más lejanas… hablo de algo más cercano, de las personas, de ellas y sus relaciones, insulsas o pasionales, bellas u oscuras… admirables ante todo.
El hecho de que todos juzguemos actos ajenos y a quien los realiza denota la facilidad de obrar de un modo sistemático, sin molestarnos en escuchar y comprender: todos sabemos etiquetar y opinar sobre el resto, pero para nuestra vida pedimos comprensión, y nos sentimos víctimas de un abuso por parte del resto si no la recibimos. Y no hablo solo de mi alrededor: en especial, hablo de mí. De mí y de mi ceguera.