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lunes, 27 de junio de 2011

GO AWAY.

¿Cuántas veces confundí quien soy con quien soñaba, o con quien solía ser? ¿Alguien me puede decir cuántas veces mentí, o me equivoqué? ¿cuántas acerté o rectifiqué? ¿Las que me oculté del mundo, o las que sepulté mi cobardía bajo una capa de coraje? ¿Las veces que perdoné, las que fui perdonada?


Mil veces me prometí cosas que se me olvidó cumplir, y otras tantas perdí el rumbo tratando de elevarme más y más; cientos de ellas abrí las alas cuanto pude, y no levanté el vuelo tan solo por tenerlo demasiado fácil; otras, por encontrarlo inalcanzable.
Fui capaz de subir al cielo en un segundo, y de saberme marioneta y dueña de mi misma a un tiempo, todo ello sin que me invadiese la menor preocupación; me di la razón cuando ésta se burlaba de mí, y me la negué cuando caminaba de mi lado si huía despavorida de la soledad.
En cientos de ocasiones pude ver con claridad los hechos y en millones me vendé los ojos; cuando innumerables sensaciones me invadieron, montones deseché por pura incomprensión y otras tantas acepté a mi lado por rutina. Confundí metas con futuros, y fui capaz de entender el mayor de los errores; no exigí a nadie entender mi forma de pensar, y tampoco los culpé cuando etiquetaron mis actos como equivocaciones: el ignorante no conoce, y por lo tanto, no posee una opinión válida. Tampoco me importa si lo es, no esperen que la acepte.
Creí comprender cuanto para otros no tuvo explicación, y di sin reparo cuando apenas recibí. He sido capaz de realizar actos de los que tanto tiempo después, no soy capaz de arrepentirme, y me culpé por actuar a mi manera.



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Nuestro futuro es, a menudo, la consecuencia de nuestros actos, pero no por ello se nos puede llamar culpables de su curso. No todo depende de nuestros deseos y a menudo no encontramos el modo de cambiar nuestro fluir. ¿Quién pudo ser consciente de su mayor ruina o fortuna, de su desgracia y caída? Que nuestras decisiones influyan en nuestro futuro no quiere decir que le afecte directamente, sin poder volverse en nuestra contra en el momento inesperado, ni si quiera quiere decir que nos pertenezca. O, ¿es que todo suceso tiene, por consecuencia, un culpable? Siempre hay un promotor, un motivo, pero no siempre hay un culpable, no confundamos términos. Y no con ello me refiero al curso de la naturaleza, o a los átomos de las estrellas más lejanas… hablo de algo más cercano, de las personas, de ellas y sus relaciones, insulsas o pasionales, bellas u oscuras… admirables ante todo.
El hecho de que todos juzguemos actos ajenos y a quien los realiza denota la facilidad de obrar de un modo sistemático, sin molestarnos en escuchar y comprender: todos sabemos etiquetar y opinar sobre el resto, pero para nuestra vida pedimos comprensión, y nos sentimos víctimas de un abuso por parte del resto si no la recibimos. Y no hablo solo de mi alrededor: en especial, hablo de mí. De mí y de mi ceguera.

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