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sábado, 28 de mayo de 2011

...y de momento, soy menos de lo que esperan.

El sosegado y suave sonido de las pisadas de aquel anciano hombre en el viejo suelo de madera no era más que un mero reflejo de la paz que en sus pensamientos reinaba por aquellos días. Con una imperturbable claridad había comprendido, quizás demasiado tarde, cuán equivocado había estado; cuán errónea era la ideología de la humanidad, y lo improbable de su patética esperanza; lo absurdo de los pensamientos que pueblan las cabezas de los hombres, y el afán por hacer creer burdas e insulsas palabrerías que no valen de nada, que no son más que temor a que el resto vea quienes somos de verdad.
Pero entre el desarrollo de sus cavilaciones, algo externo llamó su atención. Como si de un conjuro se tratase, vio su pensamiento plasmado en la secuencia que frente a sus ojos tenía lugar, disipando de un golpe las escasas dudas con las que aún contaba: en la única ventana de aquella habitación se encontraba hacía unos pocos días un ramo de rosas silvestres que recogió durante uno de sus habituales paseos por los alrededores de la cabaña. De aquel frondoso manojo ahora solo quedaba una rosa que poco a poco había llegado a su vez al final de su ciclo, perdiendo justo en aquel momento el último pétalo con que contaba su corola, desapareciendo así sin dejar rastro alguno de su efímera existencia.
Como una brisa que arrecia sin previo aviso, un huracán de ideas se levantó en la mente de aquel solitario hombre sucediendo a ese episodio: la realidad se apoderó de golpe de él y sus pensamientos con una claridad aplastante, viendo en un segundo tan obvia la respuesta a cuya búsqueda tantos años de su vida había dedicado, y tomó por inútil todo el tiempo perdido, más aún sabiendo que había elegido el camino equivocado.
Era tal la lucidez de su pensamiento que ni si quiera se sorprendió cuando instantes después alguien llamó a la puerta de su cabaña, pese a que hacía más de treinta años que huyó de su vida sin dejar rastro. La certeza de lo que se acontecía habría hecho llorar de terror al más fiero de los hombres, pero aquel menudo y silencioso anciano se dirigió a la puerta sin vacilar, sin si quiera mirar atrás a sabiendas de que no volvería a pasar en aquel lugar ni un solo minuto más de su peculiar existencia.



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