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viernes, 25 de noviembre de 2011

Poner de acuerdo al ángel y al diablo sobre mis hombros.

Dentro de aquel armario sentía la muerte demasiado próxima, tan cercana que hubiera podido susurrarle al oído cuanto hubiese deseado. La rondaba entre sollozo y sollozo, mientras ella se sentía desfallecer. Le faltaba el aire, y el vacío de su estómago no ayudaba en la ardua tarea de sobrevivir un instante más y ocultar el llanto a un tiempo.
Habría entregado gustosamente su alma al diablo antes que cumplir aquel tortuoso castigo, una pena que le había sido impuesta como pago a un pecado que ni el mismo Satán habría sido capaz de cometer. La injusticia del mundo se estaba cebando con ella, y la impotencia corrompía su interior al no poder más que asentir y obedecer a aquella voz que la acechaba, ayudándola a su vez a superar los obstáculos que, sin ningún reparo, ese cruel ente superior le imponía.
De pronto, la sensación de que el fin estaba cerca se apoderó de su ser, y no pudo más que sonreír cuando una embriagadora paz se hizo dueña de su alma. Comprobó que había logrado superar la prueba, y un ligero sentimiento de orgullo afloró en la poca consciencia con la que aún contaba. Aquella tortuosa voz se tornó dulce, y su último pensamiento antes de acompañarla hacia la eternidad fue dedicado a la mujer que se encontraba leyendo en la habitación contigua:
-Lo conseguí, mamá, lo conseguí. No puedo creerlo, ¡no vas a morir! Lo he logrado, mamá, lo he logrado. Te voy a echar de menos.



Qué sabio es el olvido, que te permitió alejarte de mi lado cuando ningún otro fue capaz.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Te encontré cuando había dejado de buscarte.

Cuando despertó, los primeros rayos de luz de aquella tenue mañana otoñal asomaban ya tras los cristales. Trató de conciliar de nuevo el sueño pero le fue imposible: la fría realidad la invadía con rapidez, confundiéndose al principio con una mala pesadilla para más tarde descubrirse, sobrecogedora.
Siempre es difícil olvidar un error que repercute en la vida de aquellos a los que más aprecias, y si el peso de esta carga aumenta en proporción a la magnitud del daño, no es difícil imaginar la forma en que lo hará en caso de que no sea un error, sino cientos, que produzcan un daño que lleve al límite de la desesperación.
Tardó cerca de cinco minutos en reunir las fuerzas suficientes para salir de la cama, pese a que aquel día el cansancio matutino habitual había sido sustituido por angustiosa inquietud. Se dirigió hacia el baño, y la imagen que el espejo le devolvió la hizo pararse en seco. Entonces, la misma pregunta que con esfuerzo el día anterior consiguió acallar resurgió con más fuerza.
¿Cómo fuiste capaz?







Bajó a toda prisa las escaleras y mientras se abrochaba la chaqueta buscó su coche entre la lluvia. Inconfundible. Corriendo y tratando de esquivar el aguacero, se dirigió hacia él y se zambulló en su interior sacudiéndose el pelo. Sin mediar palabra, intercambiaron una sonrisa de total complicidad.
Tal vez había sido demasiado tiempo, quizás demasiado evidente para tratar de obviar la existencia de aquella necesidad, de aquella relación de infinita complejidad que se asemejaba a una simbiosis. Lo único que podían afirmar es que, con el rabo entre las piernas, tuvieron que volver admitiendo que no fue tan fácil como le prometieron a su propio orgullo.
El coche arrancó mientras ella se descalzaba y subía los pies a la guantera, como siempre. Él se volvió a rendir a sus encantos y ya no fue capaz de si quiera rechistar. Al unísono, una carcajada de pura alegría los envolvió y nadie tuvo que explicar qué significaba todo aquello. Sus manos se rozaron como símbolo de promesa, y el resto... el tiempo lo decidirá.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El que es inteligente no quiere crecer, el que no lo es no crece.

Egocentrismo (según la RAE): Exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerarla como centro de la atención y actividad generales.
Egocentrismo (definición psicológica): El egocentrismo, un término que hace referencia a centrarse en el ego (es decir, el yo), es la exagerada exaltación de la propia personalidad. El egocéntrico hace de su personalidad el centro de la atención.

Egocéntrica. Para muchos, es un término que expresa cualidades negativas, pero no puedo evitar escogerlo como principal adjetivo para describirme a la hora de hablar de mí misma. Quizás no se adapta con exactitud a mi persona, pero no conozco la existencia de otro que lo haga de mejor manera, y por lo tanto, es una palabra a la que no le encuentro ningún matiz reprobador. Utilizo el término egocéntrico para hacer referencia a quien tiene una alta autoestima, quien es egoísta y altivo hasta el punto de llegar a no serlo a ojos del resto, pues hay quien tiene tal confianza en sí mismo que no necesita demostrarle a nadie nada. Quizás mi propia visión del término no se parezca en absoluto a la universalmente aceptada, pero no muy en el fondo, tiene grandes parecidos. Este concepto es base de mi propia ética, donde para mí, yo soy el centro.
Considero a esta ética finalista y eudemonista, pues trato de alcanzar la felicidad a través de la satisfacción producida por mi persona, orientándola hacia lo que considero mejor (no por ello siendo mejor que el resto, pues todos tenemos distintas visiones de nuestro alrededor y del modo idóneo de comportarnos, y por tanto, distintas concepciones de la que es o no mejor forma de ser y de vivir). Tal vez porque me aferro a ella, considero en mayor parte cobarde a quien no trata de ser como le gustaría, o quizás hipócrita porque no lo admite, ya que creo que todos, en mayor o menor grado, nos planteamos el serlo alguna vez. Y al decir esto me considero de nuevo egocéntrica, porque opino que todo el mundo vive o trata de vivir del modo en que yo lo hago.
El fin del que hablo es prácticamente inalcanzable, para unos por poseer grandes ambiciones y para otros por idealizar la perfección, por lo que es absurdo obcecarse con ser, a nuestro parecer, perfectos siendo un hecho imposible: solo hemos de procurar ser algo mejores cada día, y apreciar cuanto lo merece cada rasgo de nuestra persona. Basar nuestra felicidad en cualquier otra cosa que no seamos nosotros mismos me parece un acto suicida, pues nada a nuestro alrededor es estable ni puede producir tal confianza. Al contrario, este hecho puede desencadenar una obsesión por mantener algo estable debido a la falta de confianza en que perdure. Todo en este mundo es volátil.
Esta ética no es universal y como todo, llevada a un extremo es perjudicial: la virtud, base de la felicidad, en la mayor parte de los casos está en el término medio. Quizás muchos consideren que quien centra todos sus esfuerzos en tratar de ser como cree que debería, ignorando cualquier otra cuestión, debe ser calificado de enfermo mental. Pero claro, ¿dónde está el límite entre locura y cordura? O es más ¿qué es un loco? Todo depende de los conceptos que consideremos como válidos.
A mi parecer, el límite entre locura y cordura se traspasa cuando realizamos actos que nos hieren a nosotros mismos, y por tanto, un loco es aquel que se sale de los límites de la coherencia hasta el punto de producirse a sí mismo sin motivos razonables una serie de dificultades o problemas.
Entonces, ¿es más acertado llamar loco a quien se sale de los límites de lo coherente que a quien carece de capacidad de decisión y sigue la corriente del resto, sin siquiera cuestionárselo, siendo así una máquina que actúa a merced de los demás? ¿o es más acertado hacerlo a aquel que cuestiona todo lo que ocurre a su alrededor?



¿Cuántos creyeron tener alguna vez el mando?