De vez en cuando bajaba de las nubes, cesaba de divagar y se miraba las manos fijamente, como extrañada ante la realidad que tenía frente a sus ojos. Trataba de buscar una solución coherente a la desidia que la amedrentaba, pero cualquier atisbo de respuesta se escondía tras un silencio frío y aterrador.
A menudo, su mente colapsaba y se cansaba de buscar, y, abandonándose, daba rienda suelta a sus lágrimas mientras reía a carcajadas, elevándose de la vida hasta poder verla como un pequeño animal agazapado, tan absurda como frágil, más lejana a su entendimiento cuanto más necesitaba comprenderla.

¿Qué define a una persona como buena o mala? ¿Dónde está la linea que separa a los culpables de las víctimas?
Los criterios que respetamos a la hora de actuar, nuestra moral, la constituye nuestro alrededor, los recovecos que han labrado en nuestro interior las situaciones por las que hemos pasado. No decidimos nuestra manera de obrar. Asumidlo, no somos libres, ni conscientes de nuestro futuro: somos presos de nosotros mismos.
No actuamos para nadie, actuamos para nosotros, para nuestra propia satisfacción. Si no, decidme... ¿no buscamos la aprobación de nuestra propia persona cuando tratamos de ayudar a otros? Si esto no produjera ninguna consecuencia positiva que repercutiese en nosotros mismos, nadie obraría por el bien de los demás. ¿Es entonces culpable aquel que obra de una manera moralmente incorrecta para lograr su propia satisfacción? Permítanme dudar. Quizás el verdadero responsable de su condición es la sociedad que ha labrado su persona, y no el artífice del hecho en sí. Todos somos culpables de los actos del resto de la sociedad, casi tanto o más como lo somos de los nuestros. Ahora, díganme... ¿alguien puede hacerme creer en la justicia? ¿alguien puede, si quiera, acusar y creer responsable? ¿es culpable aquel que no tiene plena consciencia y libertad para elegir cómo actuar?