Se acomodó en el sillón y encendió un cigarrillo, pese a que no fumaba. Puede que lo hiciese como símbolo de su victoria, o incluso de la plena libertad que a cada instante la envolvía con más fuerza, embriagadora. Sentimientos de tal magnitud crecían a pasos agigantados en su interior, tras haber dejado claro de un solo golpe dónde se encontraba ella y dónde lo hacía el resto.
Pasados unos minutos estalló a reír sin más, amargamente. ¿Quién dijo que la perfección trajese consigo un solo ápice de felicidad? Secundando a su plena satisfacción había estado agazapado el peor de sus miedos, que de pronto se materializó frente a sus ojos sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo.
‘Bienvenida, compañera soledad.’
Sin fuerzas para odiarse, abrazó sus rodillas y lloró durante horas en aquel sillón. Los sollozos eran desgarradores y reflejaban una furia que habría hecho retroceder al más valiente de los soldados.
Poniendo fin a aquel sufrimiento, pasadas las cuatro de la madrugada atravesó con un puñal su propio torso. Quizás no le resultó tan difícil pues se sabía de antemano muerta en vida: mató a su alma y a su coherencia de igual manera, horas antes, incluso días, de cruzar aquella tarde el oscuro umbral de su vestíbulo.

Don't underestimate the things that I will do.
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